09 diciembre, 2013

Gente en mis oídos.


Soy una oyente compulsiva de radio, lo confieso, y apelo a cuanto artilugio tecnológico pueda para estar a la escucha de los programas que me interesan: desde la radio tradicional (pero pequeña) que puedo llevar conmigo a donde vaya, hasta la radio x internet o las aplicaciones del celular. Incluso radio de ducha, no sea cosa que, siquiera allí, me pierda algo de interés. Gran parte de mi día la radio está conmigo, en mis oídos, y junto con ella la gente que la hace: locutores, conductores, periodistas, comentaristas, invitados...Y éstos pueden ser políticos, juristas, actores, otros periodistas, funcionarios... Todos están dentro de la radio, y todos llegan a mi cabeza a través de mis oídos. Por lo tanto, a esta altura, me siento en condiciones de hacer una crítica que, estoy segura, jamás les va a llegar, pero que a mi me será útil, no sólo para volcar mi experiencia sino, quién sabe, tal vez coincida con la que sufren algunos más...

Hoy es domingo, y como todos los domingos, escucho junto a muchos y muchas que conozco, aunque más  no sea a través de las redes, un programa en el que, mayormente, se habla de política. Y me resultó gracioso encontrar que los comentarios en la página del programa (en  Facebook) replicaban lo que yo estaba experimentando: mientras un experto en economía realizaba su columna habitual telefónicamente, en el estudio se escuchaban pequeños ruidos que parecían "contar" qué cosas podrían estar haciendo los integrantes del programa... En la radio la imaginación manda, pero como los que hacen radio lo saben, a veces cuentan QUÉ es lo que está pasando. Otras veces el oyente tiene que adivinarlo... Esta vez, un invitado había llevado unas sabrosas facturas de las que estaban dando cuenta sin disimulo mientras el experto hablaba, con los inevitables ruiditos que el manduque producía. 
Muchas veces, como fue este caso, se trata del sonido ambiente que se cuela en el discurso del hablante, y hace que éste llegue turbio hasta el oyente, obligándolo a éste a un doble esfuerzo: hacer pasar a un 2º plano a dicho ruido para poder atender el discurso que le interesa. Otras veces, el "ruido" lo conforma una música de fondo que, quién sabe por qué, el operador pone para "acompañar" el discurso del que habla, como si lo dicho no fuera suficiente para captar la atención del oyente.
En algunas emisoras, el ritmo es tan frenético e histérico que, a quien le interesa escuchar con atención el contenido de lo que se dice, se le hace una tarea ardua y estresante. Obviamente no son esas emisoras las que elijo escuchar, aun cuando me pierda de algunos contenidos muy sabrosos. Pero también están los casos, muy frecuentes, en los que el que habla es quien dificulta, con su forma de hablar, la comprensión de lo que dice. Y los "pecados radiales" son varios, desde bajar tanto el tono al hablar que no se entiende nada de lo que dice, como el de realizar larguísimas oraciones, con subordinadas que pueden hacer perder el hilo, o, peor aún, hacer acotaciones cuyo final queda inconcluso... Ni hablar de aquellos conductores que no vocalizan y parecen tener una papa en la boca, o cuyos tonos graves y/o monocordes impiden entender las palabras que pronuncian.

Y luego están las interacciones entre los que participan de la mesa: a veces hablan todos juntos, superponiéndose unos a otros, impidiendo al oyente comprender ALGO de todo lo que se dice. O cuando el que habla lo hace con un discurso inseguro, trastabillante, favoreciendo de esta manera a que, alguno de sus acompañantes se vea tentado de interrumpirlo, tanto como para no permitir que el ritmo decaiga. Entre medio, el oyente se pierde el desarrollo de la idea que el pobre trastabillante se vio impedido de llevar adelante.

Hay otra especie de conductores o periodistas, en relación con los entrevistados: son aquellos que, todo el tiempo están interrumpiendo, pensando más en lo que tienen (o quieren) preguntar que en lo que el entrevistado tiene para decir. O que realizan unas preguntas tan kilométricas y tan llenas de sugerencias, que al otro le queda poco margen para elegir por dónde encaminar su respuesta. O los insufribles que, cuando el personaje está respondiendo, acotan insistentemente con un SÍ, SÍ, SÍ...poniendo nervioso al entrevistado y dificultándole pensar para desarrollar la idea. Y esta modalidad es típica también de la televisión, tal vez porque allí el ritmo pareciera ser más apremiante, sobre todo con el famoso "minuto a minuto" en donde los conductores se ven presionados por la famosa "cucaracha" que les va marcando el derrotero de la entrevista, como un implacable GPS. Algunos entrevistados deben recurrir al "dejame que te diga esto", porque es más que evidente que, alguien detrás de la cámara, lo está apurando para que redondee.
Pero en la radio no debería ser así, y los oyentes deberíamos poder disfrutar del desarrollo coherente de una idea, sobre todo cuando los entrevistados son valiosos y cuando las preguntas ameritan un tiempo importante para la elaboración de las respuestas.

Tal vez estas formas de comunicación, defectuosas, algo complicadas de tan familiares, tengan que ver con que estamos habituados a no escucharnos, a no permitirnos que "el otro" tenga su tiempo para expresarse y desarrollar su pensamiento. O porque le damos poca importancia al lenguaje hablado, tan eficaz para transmitir una idea, pero también para recibir una información clara y precisa. Y muchas veces, la coyuntura necesita que la información pase a primer plano, y todas las herramientas se pongan al servicio de que ésta llegue de la mejor manera al oyente que la está esperando, o que la necesita.

Si se trata de un programa de televisión que podría resultar interesante, algunos caen en el recurso de presentar un montón de temas y de invitados, a los que resulta imposible desarrollar con comodidad ninguna idea. Como si se vieran compelidos a "hablar de todo" o tratar todos los temas, con lo cual, terminan no hablando de nada. Los programas más enriquecedores para mí han sido aquellos en los que alguien desarrollaba su idea y expresaba con claridad (y hasta emoción) aquello que quería contar. Claro que, en esos casos, era tal vez el contenido lo más importante, sin embargo, el hecho de que dicho contenido fuera apreciado tenía que ver con la forma en que el mismo se desplegaba en el espacio del programa.

Alguno tal vez crea que doy demasiada importancia a las "formas"... Sin embargo, como pasa con la ortografía o con las reglas de la gramática o la puntuación, un acento mal puesto, una coma que falta, una ortografía incorrecta, no sólo dificultan la comprensión del texto sino que hasta pueden cambiar completamente el sentido del mismo. En el caso del lenguaje hablado, todo aquello que atenta contra la buena recepción del mensaje, hará que el oyente vea menguado su derecho a recibir el contenido, sea éste información, comentario, análisis o simple relato o expresión de alguien.

La radio (y en medida diferente, la televisión) no son sólo una compañía. Son una puerta abierta a la información, a las voces de aquellos en quienes confiamos, por muchos motivos, y de los cuales esperamos una comunicación eficaz. 

¡Ojalá tomaran conciencia de su importancia!
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