El “arte” de los primeros cristianos
Bajo el sol matinal, Roma, la eterna, brilla con sus pasadas glorias. Las cúpulas de las iglesias, el rumor de sus fuentes barrocas, los vestigios aun soberbios de la época imperial, los antiguos puentes, se despliegan para el asombrado caminante con una magnificencia inagotable. Pero hay otra Roma, oculta, llena de misterio, que se extiende como una inmensa telaraña por debajo de sus cimientos. Es la Roma de las catacumbas.
La historia:
Estos antiguos cementerios fueron utilizados desde tiempos muy remotos. Dado que la ley romana prohibía la construcción de cementerios dentro de la ciudad, los cristianos de los primeros tiempos, al igual que los hebreos y algunos romanos paganos, para evitar ser cremados o depositados en una fosa común, comenzaron a excavar estas galerías subterráneas. La nueva fe se había expandido, llegando hasta Roma, sobre todo entre gente sencilla y pobre. Pero también había entre sus miembros gente que pertenecía a las legiones militares e integrantes del patriciado romano y la nobleza. De este sector social provino la ayuda económica para solventar los gastos que demandaban los numerosos enterramientos.
El subsuelo de la ciudad está constituido por una toba porosa, fácil de excavar pero muy firme, que permitió el paulatino crecimiento de estos cementerios subterráneos. Las primeras galerías se construyeron en terrenos pertenecientes a estas familias pudientes, dado el temor de los cristianos, que vivían en un medio hostil, peligroso, y cuyas propiedades podían ser confiscadas. Las familias acomodadas tenían sus propias catacumbas y estaban protegidas por el Derecho Privado. Por esa razón al principio, muchas de estas galerías, llevaban el nombre de esos propietarios. Los primeros enterramientos comenzaron durante el siglo II de la era cristiana, y se extendieron hasta el siglo V. En el siglo III los cristianos comenzaron a unirse en confraternidades funerarias para proveer a sus propias sepulturas, la “confraternidad de los pobres” (collegia pauperum), protegiendo sus sepulcros con el Derecho Común. En esta época los cementerios se ampliaron y muchos dejaron de llevar el nombre del primitivo dueño tomando el nombre de algún mártir allí venerado, o el nombre del papa que realizara las tareas de ampliación. Pero a partir de la Paz de la Iglesia, luego que Constantino dictara su Edicto de Tolerancia, (año 313 d. C.), los cristianos continuaron yendo a las catacumbas, pero esta vez para venerar las reliquias de los santos y mártires sepultados en el lugar. Ya en el siglo IV se hizo cada vez más frecuente que los despojos de los mártires fueran llevados y depositados en las iglesias que se habían empezado a levantar en la ciudad cuando, a partir de las disposiciones del emperador Teodosio (año 380), la religión cristiana se constituyó en la religión oficial del Imperio. Los papas habían hecho trasladar las reliquias de santos y mártires por razones de seguridad, dado el peligro que significaban las incursiones de los bárbaros en la misma Roma. A principios del siglo III el papa Ceferino estableció en la catacumba de San Calixto el cementerio oficial de la Iglesia Romana, debajo de la Vía Appia, en lo que se llamó la Cripta de los Papas. En ese lugar se encontraron los restos de 14 papas, y durante mucho tiempo fue lugar de veneración y meta de peregrinaciones.
Cuando ya no quedaron en el lugar restos de mártires, las catacumbas dejaron de ser frecuentadas, al menos en su gran mayoría. Finalmente, algunos derrumbes y el crecimiento de la vegetación, las fueron ocultando en forma paulatina hasta hacerlas casi desaparecer. En el siglo XVI, Antonio Bosio (1575-1629), llamado el “Cristóbal Colón” de las catacumbas, comenzó una investigación sistemática de las mismas. Lamentablemente también comenzaron los expolios de mármoles y objetos valiosos. Bosio llegó a individualizar unas 30 catacumbas. Recién en el siglo XIX, y gracias al arqueólogo Giovan Battista De Rossi (1822-1894), considerado el padre y fundador de la Arqueología Cristiana, (en especial a partir de la excavación de la catacumba de San Calixto) y con la institución de la Comisión Pontificia de Arqueología Sacra (en 1852), la exploración se hizo sistemática, y los hallazgos fueron analizados científicamente y valorados en su justa medida. Desde entonces las catacumbas son permanentemente recorridas por visitantes de todo el mundo.
Descripción:
Catacumba de San Calixto. Galería con lóculos.
Llegaron a identificarse hasta 60 catacumbas en Roma y, según cálculos aproximados, habría cerca de 900 km de galerías. Existen también catacumbas en otras ciudades italianas, como Nápoles y Siracusa, y en países como Francia, España, Alemania, Hungría y ciudades del continente africano. Pero las más importantes, tanto en extensión como en riqueza documental, son las de la ciudad de Roma.
Algunas de estas galerías son muy extensas y ramificadas. La más antigua es la catacumba de Priscilla, en la vía Salaria. La de San Calixto, por ejemplo, tiene un recorrido de 10 km, y su altura en algunos lugares tiene 5 niveles de galerías. Las primeras excavaciones con fines de enterramiento se realizaron formando una galería (ambulacra), a cuyos lados se perforaron nichos (loculi) de forma cúbica, en los que los cuerpos eran colocados, a veces hasta 2 ó 3 en un mismo lugar. Los cadáveres eran envueltos con una sábana o lienzo, imitando la inhumación de Jesús, ya que los cristianos no aceptaban la cremación. El lugar era cubierto luego con una placa de piedra o mármol (la tabula), aunque la mayoría de las veces esta placa era de terracota, y era sellada luego con argamasa. En algunos casos, sobre ella era grabado el nombre del difunto (el titulus), tal vez la fecha de su fallecimiento y alguna advocación religiosa. Muchas veces estas inscripciones eran acompañadas por símbolos tallados muy sencillamente, del repertorio de la nueva iconografía, y constituyen un verdadero compendio de la primera epigrafía cristiana. Si el sepultado era un mártir, sobre la losa sepulcral se colocaba el solemne título de Mártyr, a veces abreviado con las letras MR, o simplemente con una M. La palabra mártir proviene del griego mártyres, y significa “testigo”. En estas losas no se colocaban advocaciones religiosas porque habría sido una redundancia. Por haber muerto defendiendo su fe, se consideraba que ya estaban en el Cielo, al lado de Cristo, es decir que ya eran santos.
Arcosolio. Catacumba en Via Latina.
Cuando se hizo necesario aumentar los lugares de enterramiento, y como el suelo lo permitía fácilmente, las galerías continuaron excavándose hacia abajo, mientras se seguían abriendo los nichos a los costados de las galerías, al mismo tiempo que se extendían ramificándose. Por esta razón las sepulturas más antiguas son aquellas más elevadas. En algunos lugares la galería se abre formando un espacio mayor, en una de cuyas paredes se levanta un arco. Estos recintos, llamados arcosolio, estaban destinados a grupos familiares o a corporaciones, pero también se agrupaban a veces los nichos y sarcófagos de algunos obispos y santos mártires. En las paredes y en el arco se realizaban pinturas al fresco con elementos de la nueva iconografía. Tanto en los nichos como en los arcosolios se colocaban lámparas votivas, ya sea para señalar el lugar como para iluminarlo, así como vasijas de terracota con aceites o perfumes. Los cubículos eran pequeños ambientes que albergaban a varios miembros de una misma familia, ubicados en loculi. En la época del papa San Dámaso (siglo IV) muchas tumbas de mártires fueron transformadas en criptas, y allí se realizaban ceremonias religiosas en su homenaje. Estas criptas estaban bellamente decoradas con frescos, mosaicos o relieves, que referían a la importancia y sacralidad del lugar.
Las galerías, algunas criptas y arcosolios, contaban con lucernarios. Estos huecos realizados en la bóveda habían servido para extraer el material durante la excavación, y sirvieron luego a los efectos de permitir una cierta iluminación así como ventilación.
La palabra “catacumba” (también de origen griego) que significa cavidad, hacía alusión a una cuenca o cavidad, una cantera cercana a la Vía Appia, que se había formado por la extracción de bloques de toba, llamada “Ad catacumbas”. Próxima a dicha cavidad se excavó posteriormente la catacumba de San Sebastián.
Funciones:
Los primeros cristianos vivían en comunidad, tal como Jesús les había enseñado, pero también para protegerse, ayudarse mutuamente y resguardarse. El hecho de compartir la última morada a la espera de la prometida resurrección de los cuerpos formaba parte del mismo espíritu comunitario. La palabra “cementerio” proviene del griego, y significa “lugar de descanso”. Las catacumbas eran así como inmensos “dormitorios”, lugares de reposo eterno de los cuerpos, uniéndolos también en el inicio de “la otra vida”.
La primera y más importante función de las catacumbas fue, entonces, la de servir de lugar de enterramiento para los primeros cristianos, tal como lo había sido también para los hebreos y para aquellos que no aceptaban la cremación o ser depositados en una fosa común. Pero eran también los lugares en los que se realizaban los rituales fúnebres de los que morían. En los arcosolios y en las criptas, lugares destinados por lo general a los santos mártires y a los papas, se realizaban ceremonias religiosas no sólo cuando eran inhumados sino también en los aniversarios de su muerte.
Cuando cesaron las persecuciones (año 313, Edicto de Tolerancia, de Constantino) y el cristianismo pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano (con el emperador Teodosio I, el Grande), las catacumbas continuaron funcionando como cementerios subterráneos, hasta principios del siglo V. Pero estos cementerios siguieron siendo también lugar de peregrinación para creyentes cristianos que venían desde los lugares más alejados para visitar y honrar los restos de los mártires allí sepultados. Recién cuando a mediados del siglo VIII las reliquias de los mártires, santos y obispos comenzaron a estar en peligro (los bárbaros habían saqueado y destruido monumentos y lugares valiosos de la ciudad de Roma, incluyendo catacumbas), y los papas ordenaron retirar definitivamente las reliquias y trasladarlas a las diferentes iglesias erigidas dentro de las murallas de la ciudad, las catacumbas dejaron de ser visitadas. Solamente continuaron abiertas las de San Sebastián, de San Lorenzo y de San Pancracio.
En el presente, son el mejor testimonio de las formas de vivir y de morir de los primeros creyentes de la fe cristiana, y uno de los documentos más valiosos de los inicios del cristianismo en Roma.
El arte de las catacumbas:
Sería inapropiado considerar el valor estético de estos testimonios encontrados en las catacumbas si sólo se toma en cuenta el moderno concepto de “arte”, en el cual prima la búsqueda de la expresión y el goce estético. Pero el arte ha tenido y tiene otras funciones, y la mayoría de las expresiones hoy llamadas “artísticas” a lo largo de la historia del hombre han expresado y han sido creadas con diferentes finalidades. Haciendo entonces esta salvedad, podría decirse que el “arte cristiano primitivo” es el que corresponde a las manifestaciones encontradas en las catacumbas y que comienzan durante el II siglo de la era cristiana. Tiene características propias, muy diferentes a las realizadas por el llamado Arte Paleocristiano o Arte Triunfal, que comienza a partir del siglo IV y se extiende hasta, aproximadamente, el siglo VI. El Arte Triunfal comenzó cuando el cristianismo dejó de estar perseguido y los cristianos pudieron no sólo manifestarse libremente, sino reunirse abiertamente y erigir sus templos para el culto. Allí comenzó el desarrollo de la arquitectura con la construcción de grandes basílicas: San Pedro, Santa María la Mayor, San Pablo, San Lorenzo, San Sebastián, por ejemplo. Es muy difícil establecer cuándo finalizó el “arte cristiano primitivo”, ya que coexistió con el “arte paleocristiano” durante un tiempo. Sería quizá más apropiado hablar de “arte de las catacumbas” para diferenciarlo del “arte basilical”, teniendo en cuenta no sólo fechas sino obras, realizadores y finalidades. En cuanto al “estilo”, el arte de las catacumbas es heredero de lo que se conoce como “arte plebeyo”, mientras que el “arte basilical” está más relacionado con el arte oficial.
El Arte Cristiano primitivo comprende el repertorio de signos y símbolos de las lápidas sepulcrales, así como las pinturas, los relieves y los mosaicos realizados en las paredes de criptas y arcosolios, o en los sarcófagos.
Primeros signos y símbolos:
Los signos y símbolos tallados en las lápidas constituyen un repertorio que va desde el uso de letras hasta figuras muy sumarias. La tendencia hacia la abstracción, tan característica de aquellas manifestaciones ligadas a la espiritualidad o a culturas teocéntricas, se expresa, por ejemplo, en el uso de letras griegas, el Alfa y el Omega, como símbolos de Cristo, el comienzo y el fin de todo; las letras P y X entrelazadas formando el monograma de Cristo (el crismón); el pez, y figuras simbólicas, como el ancla, la paloma con una rama en el pico, el pan y los peces, Estos signos y símbolos también servían a los efectos de reconocimiento y preservación en medio de una sociedad hostil. No olvidemos que los cristianos no sólo eran rechazados por los romanos paganos, sino que se los consideraba sospechosos, se los acusaba de crímenes horrendos, se los perseguía, encarcelaba, desterraba, torturaba y mataba. Por lo tanto, siendo las catacumbas lugares muy conocidos por los romanos, era necesario mantener el secreto para no ser identificados.
Lápida de Alejandra. Museo Pío Cristiano.
El ancla es la figura más antigua utilizada en las inscripciones de las lápidas y simboliza la redención, el elemento al cual debe aferrarse el cristiano para obtener su salvación. Algunas veces el ancla aparece formada en su base por dos peces (símbolo de Cristo), con lo cual el significado se enriquece con el agregado de “la esperanza puesta en Cristo Redentor”. El ancla también representa la Iglesia como institución, a través de la cual la salvación se hace posible.
El símbolo que le sigue en antigüedad es la paloma. Forma parte de los símbolos tomados de la animalística (como el pez, el pavo, el cordero, etc.). Si se la muestra con un ramito en el pico, simboliza el comienzo de una nueva vida (la vida eterna), luego de finalizado el castigo, y la idea de Redención que encarna Cristo. Recuerda el episodio bíblico del Diluvio Universal cuando Noé envió a una paloma para comprobar si las aguas habían descendido, y la paloma regresó con un ramito de olivo en el pico corroborando el final del diluvio. Si es blanca, su símbolo es la pureza, porque recuerda el Bautismo de Cristo y la presencia del Espíritu Santo, representado siempre como una paloma blanca. Pero también puede simbolizar al alma que va al cielo y que, como ella, deberá ser pura.
Lápida con peces y ancla. Catacumba de Domitila. Epitafio de Antonia.
El pez también es una figura cargada de significados. En principio, la palabra es un acróstico ya que en griego, pez (ichtus), está formada por el comienzo de las palabras Jesús-Cristo-Hijo de Dios-Salvador. Por esa razón muchos cristianos se identificaban secretamente entre ellos llevando un colgante con la figura de un pez. Pero si está acompañado por un cesto con panes, es el símbolo de la Eucaristía, el alimento espiritual. Recuerda el episodio relatado en el Evangelio cuando Jesús, luego del Sermón de la Montaña, alimentó a la multitud que lo había seguido y escuchado mediante el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
La oveja simboliza a los fieles, ellos constituyen el rebaño del cual Cristo es el pastor. Si se encuentra siendo portada en los hombros del Buen Pastor, entonces es la oveja descarriada, aquella que el pastor busca para que vuelva al rebaño, como se cuenta en la parábola del Buen Pastor, en los evangelios. La oveja representa al cristiano débil y necesitado de socorro. Si se muestra como un cordero, en cambio, es el símbolo de Cristo, como víctima del sacrificio, que se inmoló para redimir a todos los cristianos. Es también, al igual que la oveja, el símbolo de la mansedumbre y la inocencia.
El crismón es el monograma de Cristo. Es la abreviación del nombre de Cristo en griego, y está formado por la superposición de las letras P y X. La palabra Chrestos o Christos significa “ungido”, es decir, el Mesías. Este monograma comenzó a utilizarse a partir del siglo IV.
La prohibición de representar imágenes, en los comienzos del cristianismo, se extendía no solamente a la representación de la figura de Cristo. Era un sacrilegio y una profanación pretender representar la figura de Dios. La tradición judía, presente en la nueva religión, también apelaba a la iconoclastia por temor a la idolatría. Estas controversias en donde se mezclaban tendencias a la abstracción artístico-religiosa y cuestiones dogmáticas (como la naturaleza _humana y/o divina_de Cristo, por ejemplo) duraron mucho tiempo y se manifestaron en duras disputas en el seno de la nueva Iglesia. Representar la cruz, por ejemplo, implicaba admitir que Cristo había muerto allí, y era poner énfasis en su naturaleza humana, más que en su divinidad. No es extraño pues que, tanto el signo de la cruz como Jesús crucificado, tardaran tanto en aparecer en las representaciones religiosas.
El temor a la idolatría relegó al arte cristiano primitivo al uso de expresiones pictóricas o epigráficas (como las de las lápidas). El bajorrelieve, pero sobre todo la escultura, por su cercanía con la tridimensión, más realista, más corporal, fueron casi descartados. Alguna escultura del Buen Pastor, y los relieves en algunos sarcófagos, son de los pocos ejemplos. En las lápidas, además de los nombres de algunos difuntos, tal vez la fecha de su fallecimiento y una advocación (por ejemplo, IN PACE) podían incluirse los ya mencionados signos y símbolos, así como una figura muy característica que era el “orante”.
El orante era una figura, femenina o masculina, con los brazos extendidos hacia fuera y su mirada hacia arriba, en actitud de orar (distinta a la imagen que en la actualidad consideramos de oración, es decir, las manos unidas hacia el frente, o sobre el pecho). El “orante” es también el símbolo del alma cristiana que ya está en la paz de Dios, es el creyente fiel, y también representa al difunto colocado en ese nicho.
Imágenes narrativas:
Pero el conjunto más rico por sus implicancias lo constituyen las pinturas.
Si bien era muy poderosa la necesidad de preservar la espiritualidad a la que apuntaba la nueva religión, ésta se había extendido principalmente entre sectores pobres e iletrados de la sociedad, acostumbrados al uso de imágenes en la Roma pagana. Por lo tanto, el uso de imágenes fue admitido más que nada como concesión hacia los primeros fieles de la comunidad cristiana. Estas imágenes, concebidas más que nada con una finalidad didáctica y moralizante, estaban realizadas por aficionados, eran muy sencillas y no respetan códigos estéticos. Hoy las llamaríamos arte naïf, ya que su factura es en general bastante ingenua. Los colores eran algo limitados: ocres, rojos, verdes, y no mucho más. Cuando eran realizadas por alguien con más conocimientos artisticos, el estilo era muy similar al de las pinturas al fresco de la Roma pagana, utilizando incluso el mismo repertorio de formas: aves, flores, guirnaldas, amorcillos. Sólo que ahora esas mismas imágenes tienen un nuevo significado. Y esta es la diferencia más importante que aporta el arte pictórico del cristianismo primitivo. Todas las imágenes, más o menos realistas, y por supuesto las más abstractas y simbólicas, tienen un significado ligado a las nuevas creencias. Esta tendencia hacia la espiritualización ya había empezado a manifestarse en el arte de la Roma posclásica, pero se acentúa con el advenimiento del cristianismo. Y cuando las imágenes muestran personajes y escenas en lugar de signos o símbolos, éstas imágenes pertenecen al Antiguo Testamento (Jonás y la ballena, los tres jóvenes en la hoguera, Moisés sacando agua de la piedra, el sacrificio de Abraham), al Nuevo Testamento (el Banquete Eucarístico, con Jesús y los apóstoles en la última cena, la Virgen María con el Niño Jesús, la resurrección de Lázaro), así como figuras de Santos y Santas (obispos o mártires), pero también pertenecen al repertorio de la mitología, adaptada a los nuevos significados.
La escena del refrigerio o banquete es un rito fúnebre y muestra a una serie de personajes alrededor de una mesa, realizando la libación. Recuerda también la última cena, en la que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, y que se repite ritualmente en la ceremonia de la Misa. El tema pertenece al repertorio de escenas evangélicas.
Otro tema extraído de los evangelios pero adaptado de la mitología es la figura del Buen Pastor. Muestra a un joven vestido como pastor que lleva sobre sus hombros una oveja. La tipología está tomada del arte griego, el moscóforo, que aparece en algunas esculturas clásicas. Durante el helenismo la figura del pastor personificaba a Aristeo, dios de los jardines, que era ampliamente representado. Esta figura del pastor está también presente en la Biblia, desde Abel, pasando por Abraham, Jacob, Moisés y también David. Todos ellos eran pastores antes de ser llamados por Dios. El cristianismo le agrega un significado nuevo: Jesús es el pastor, y las ovejas son los fieles a los que el pastor cuida y salva. También se utiliza algunas veces la figura de Orfeo, quien encantaba a las ovejas con los sonidos de su flauta y que bajó a los reinos infernales para rescatar a su amada Eurídice. Es una prefiguración de la imagen de Jesús, quien también descenderá a los reinos subterráneos para rescatar a las almas antes de conducirlas al Cielo.
Tomada de la Biblia está la figura de Jonás, uno de los profetas menores, que vivió tres días en el vientre de una ballena y luego fue expulsado por ella y arrojado a la playa. Como otras escenas del Antiguo Testamento, esta prefigura lo que luego acontece y es relatado por el Nuevo Testamento. La escena de Jonás y la ballena simbolizan lo que luego vivirá Jesús, muerto y sepultado durante tres días y luego resucitado. Es, por lo tanto, otra imagen de salvación. Algo similar ocurre con la figura de Lázaro, resucitado por Jesús como relatan los evangelios y que es un anuncio de su propia resurrección y la de todos los cristianos.
También del Antiguo Testamento y prefigurando el Nuevo está la figura de Moisés, sacando agua de una piedra con su vara, tal como Dios le había ordenado. Esta imagen simboliza el Bautismo que Jesús protagonizará en el río Jordán, bautizado por San Juan Bautista, y que se transformó luego en el sacramento que brinda la purificación por el agua y que todo aspirante a ser cristiano necesita, si quiere ser aceptado en la nueva fe.
Otra escena muy representada es la de los tres jóvenes en la hoguera, que recuerda una escena bíblica del libro del profeta Daniel, según la cual el rey asirio Nabucodonosor, habiendo erigido una estatua con su imagen, quería obligar al pueblo a rendirle culto. Pero tres jóvenes se negaron, porque creían en Dios, y fueron enviados a morir en un horno ardiente. Dios hizo el milagro y las llamas no dañaron ni quemaron a los jóvenes, quienes con cánticos y alabanzas glorificaban al Señor. Esta escena remite al sacrificio de los primeros mártires, quienes morirían defendiendo su fe.
La figura de la vid también simboliza a Cristo porque es la madre del vino, y ella debe morir para que Él nazca, por lo tanto simboliza la muerte y la resurrección. También recuerda el vino de la Eucaristía bajo cuya apariencia Cristo da su sangre.
Otros animales simbólicos utilizados son el pavo, que representa el alma incorruptible que vive eternamente, y el ave fénix, figura mitológica que nació de sus propias cenizas como luego Cristo resucitó de entre los muertos. Simboliza el alma inmortal y la resurrección.
Algunas imágenes pertenecen al repertorio y el estilo de la pintura decorativa romana: los amorcillos, los pájaros, las guirnaldas, los recipientes con frutas. Todos estos motivos aparecen cargados con la nueva significación que les otorga el cristianismo. Algunos arcosolios y criptas se muestran decorados con el estilo de las tumbas paganas, divididas las paredes en sectores por medio de anchas franjas de color.
Por último, surge una figura novedosa en el repertorio de imágenes del primer arte cristiano, y es la figura de la Virgen con el Niño, que pertenece al Nuevo Testamento.
Funciones y valores de las imágenes del arte cristiano primitivo:
Estas imágenes, realizadas en un estilo muy sumario (compendiario) y con poco respeto por los cánones estéticos clásicos, tenían en cambio una importancia vital para los nuevos cristianos. Servían a la expresión y comunicación de la nueva fe y al mutuo reconocimiento; tenían una función didáctica, ya que la mayoría de ellos era iletrada y los símbolos y figuras representados contribuían a la difusión de creencias; eran moralizantes, porque el cristianismo traía un mensaje espiritual, muy diferente a la moralidad de la Roma pagana, pero también cumplían una función anagógica, esto es, contribuían a elevar el espíritu de lo material a lo espiritual, porque la imagen es intercesora: la idea de “salvación” está siempre presente. La imagen encierra un símbolo y el signo lo hace visible. Pero también tiene valores estéticos, porque muchas figuras eran deformadas o exageradas mostrando la expresividad de gestos o miradas, añadiendo una fuerza expresiva de la que carecían las figuras realizadas en un estilo más clásico. También se empleaba algunas veces el principio jerárquico, típico de las pinturas de carácter sagrado, como antiguamente las pinturas funerarias del Antiguo Egipto. La figura de Cristo era realizada con un tamaño mayor al del resto de los personajes que lo acompañaban, por ejemplo, en las escenas del banquete eucarístico. Las pinturas de las catacumbas eran algo así como una Biblia (o Evangelio) para los pobres.
Las catacumbas más famosas, por la importancia que revisten desde el punto de vista histórico, artístico y religioso, son las de Priscilla, de Domitila, de San Calixto, de San Sebastián, de San Lorenzo y las grutas vaticanas, que alberga no solamente la tumba de San Pedro, sino de todos los papas. Esta Roma subterránea continúa siendo hoy el más elocuente testimonio de las creencias y el sentir de los primeros cristianos, una justificación para la piedad y el asombro.
Buenos Aires - 2005
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Bibliografía consultada:
· Historia del Arte Italiano. Eduardo Mottini.
· Enciclopedia Italiana Treccani. Volumen IX.
· Le catacombe romane. Orazio Marucchi.
· Roma y el Vaticano. Venturini.
· Catacumbas de Roma. Origen del cristianismo. Fabricio Mancinelli.
· El arte cristiano. Jorge Bedoya, S. Gallego, E. Lynch y E. Ocampo. C.E.de A.L.
· Apuntes de cátedra: Plástica II. Profesora Ofelia Manzi. U.B.A.
· Las catacumbas de Roma: necrópolis de religión y arte: conferencia dictada en la asociación Dante Alighieri de Buenos Aires. María Rosa Díaz.
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