02 abril, 2015

Simonetta, la musa de Botticelli.

Simonetta Vespucci. Sandro Botticelli. Galería Städel. Franckfurt. Alemania.
¿Cuánto de su belleza plasmada en la pintura se corresponde con la realidad? Y ¿cuánto será resultado de una idealización amorosa...? Más allá de los conceptos, tan inasibles, históricos, culturales, personales, respecto de QUÉ es lo bello, no puedo negar que es a mi a quien conmueve...

Cuentan quienes la conocieron, allá por mediados del siglo XV (el famoso quattrocento), durante el primer Renacimiento, que Simonetta Vespucci era la joven más bella de Florencia. Era pariente de aquel famoso navegante, Americo Vespuccci, quien diera nombre a nuestro continente, por haberse casado con Marco, de la histórica familia; pero no fue su parentezco el que la hiciera famosa, sino su belleza. Fue la musa inspiradora de muchos artistas de la época, entre ellos, Piero di Cósimo y Antonio del Pollaiuolo, pero quien más plasmó su rostro fue Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi, conocido popularmente como Sandro Botticelli...

Los cuadros de Botticelli que llevan el rostro, más idealizado que realista, de Simonetta Vespucci, son muchos, y varios de ellos mundialmente famosos: El nacimiento de Venus, la Alegoría de la Primavera, Palas Atenea (Minerva) y el centauro, pero también La calumnia, La Virgen Bardi, la Madonna del Magnificat, la Adoración de los Magos... El rostro de Simonetta, tan fino y delicado, resultaba, bajo la mano de Sandro, adecuado tanto para una Venus como para una Virgen...

El siglo XV fue un perído rico en búsquedas e innovaciones de todo tipo, en donde el Arte, la ciencia, la poesía, iban juntas muchas veces, y eran los mismos artistas quienes creaban al mismo tiempo que investigaban. Florencia era el hervidero donde florecían las más novedosas creaciones artísticas, pero donde el pasado medieval reciente se entrecruzaba con la herencia clásica grecorromana, recientemente valorizada. Así, era posible encontrar en el mismo artista tanto obras de inspiración religiosa como de temática mitológica. Si el rostro de Simonetta servía para encarrnar a Venus (la Afrodita de los griegos) también podía representar a la más delicada Madonna. En el primer Renacimiento, los artistas trabajaban según los encargos que su fama y su talentos les ganaban, y los comitentes podían ser tanto los príncipes gobernantes (los más famosos de los cuales eran los Médici), como los monjes de algunas de las muchas congregaciones que poblaban la bullente Florencia. 

Sandro Botticelli pertenece a un momento de la pintura renacentista en el que, todavía, elementos de la pintura medieval y pre renacentista, hacen prevalecer el dibujo, la decoración, las formas planas, el detalle minucioso, por sobre los volúmenes contundentes, las búsquedas de la representación espacial, los claroscuros. Una de las excepciones del período fue Masaccio, considerado un precursor del apogeo renacentista del siglo XVI, pero la gran mayoría está todavía sumergido en la sutileza y la riqueza decorativa heredada del Gótico Tardío. 

Donde más puede observarse este predominio del dibujo lineal y la decoración es, precisamente, en el perfil de Simonetta que encabeza esta nota. ¿Qué pesó más en su estilo, su aprendizaje en un taller de orfebrería o las enseñanzas de su maestro, Filippo Lippi...? Cómo saberlo. Lo cierto es que, es evidente que Sandro se sintió cómodo con esa forma de expresión, muy solicitada y aceptada en su época, y a ella se dedicó. El perfil, tan característico de las medallas que los orfebres de la época diseñaban, junto con un rostro pálido y casi sin sombras, destacan sobre fondo muy oscuro, recortando la silueta. Pero la inflluencia del gótico tardío, minucioso y lleno de lujo decorativo, lo vuelca Sandro en el peinado elaborado, recargado de bucles, cintas y perlas, el vestido suntuoso, el collar. Los peinados de las damas de Botticelli son su sello de identidad, y hay muy poco de natural en ellos. No se alejan demasiado de ciertas rigideces muy medievales, que se mantuvieron aun en el final del Gótico, subrayando un predominio de las líneas por sobre los volúmenes. 
El rostro de Simonetta, tanto en el perfil como en el que se muestra de 3/4, no responde todavía a los cánones de la pintura realista que luego buscarán plasmar artistas como Leonardo o Miguel Ángel, cuando los estudios de anatomía de cuerpos reales serán objeto de los más minuciosos análisis. Los rostros de Sandro parecen hechos de memoria, respondiendo más a una imagen interior que a un modelo real. No es casualidad que, una vez muerta Simonetta, Sandro siguiera pintando su rostro... No necesitaba tenerla delante (si es que alguna vez la tuvo) para recordarla y pintarla...

Y es que, según se cuenta, Simonetta no fue sólo su musa: fue su amor inalcanzable, su amor imposible... También Lorenzo y Giuliano de Médicis disputaban su amor, pero parece haber sido Giuliano el más afortunado. Sandro dedicó a ellos una obra, Venus y Marte, poniendo sus rostros en los de los personajes.
Venus y Marte, con los rostros de Simonetta y Giuliano de Médicis: National Gallery. Londres.
Pero Simonetta, la joven más bella de Florencia, tuvo un destino trágico: apenas con 23 años murió de tuberculosis, y su cuerpo fue sepultado en la capilla de la familia Vespucci en la iglesia de Ognissanti (de Todos los Santos). Para Sandro siguió siendo su musa, y así la inmortalizó en obras que hoy son conocidas por todos. Al morir, quiso que su cuerpo descansara cerca del de ella, y allí fue sepultado, tal como recuerda una placa con su verdadero apellido:
El rostro que vemos de Simonetta es el que los ojos de Sandro veían y el que sus manos pintaban. Como sea, su rostro inmaterial y delicado, estará siempre allí para nosotros.
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