_¡Y pensar que una mujer ha pintado tales horrores!_ Exclama una enana de la corte.
_¡Una verdadera carnicería!_ Responde otra.
La archiduquesa María Magdalena de Habsburgo, esposa del Gran Duque Cosme II, contempla despectiva y escandalizada la tela que ha venido a ver al taller de la célebre pintora.
_No puedo soportar este cuadro_ Dice ella. Quizás si hubiera pintado una naturaleza muerta, o un ramo de flores, algo más propio de una dama...
Pero no todos los integrantes de la comitiva principesca piensan lo mismo. Además del Gran Duque y de su esposa, visitan el taller algunos ilustres personajes, como el pintor Cristofano Allori, o el matemático Galileo Galilei. Otros atractivos concitan el interés y la curiosidad: ¿está la pintora disfrazando su propia historia a través del relato bíblico? Ella había protagonizado un episodio muy sonado, escandaloso, y los morbosos comentarios la precedían como una corte de bufones. ¿Es la cara de Holofernes un retrato del pintor Agostino Tassi, su violador? ¡Sí! Todos lo aseguran, y este descubrimiento es un juego sorprendente, y hasta divertido. La “signora está arreglando sus cuentas a través de la pintura”, afirman algunos.
Otros pensamientos sombríos se ciernen sobre la pintora: ¿recuerda la factura de la obra el estilo de su padre, el pintor Orazio Gentileschi? ¿Es su obra superior a la de su maestro? ¿O no es más que una mediocre imitadora?
Pero hay más aún: ¿no es extraño que una mujer, que además es hermosa, sea pintora? Ella es una rareza, una curiosidad, algo exótico, como le decía su padre con sarcasmo, algo que atrae y repele al mismo tiempo.
La pintora teme el desastre. El frío desprecio en los labios de la archiduquesa la deja sin palabras:
_La voz del Altísimo se hace oír claramente en el canto de los buenos poetas, en el pincel de los grandes pintores... ¡No percibo ni el más lejano eco de ella en este lugar!_
Para su fortuna, el Gran Duque tenía una visión menos limitada del arte, y si bien no compró a la pintora su Judith, le encargó una réplica, de mayor tamaño, además de comprar y encargar otras obras. ¡Había triunfado! Ahora trabajaba para los Médicis...
¿Pero qué muestra la pintura que tan variados comentarios suscita, y que despierta una curiosidad en la que se mezcla el horror?
“Judith decapitando a Holofernes” (1620). Galería de los Oficios. Florencia.
Frente a los espectadores se desarrolla una ejecución: una mujer, vestida con lujosos ropajes, sostiene con una mano los cabellos de un hombre, tendido sobre el lecho, mientras con la otra sostiene una espada, en posición vertical, a medio camino de cercenar su cabeza. Un poco más atrás de ambas figuras, otra mujer, inclinada sobre la víctima, ayuda a sostenerlo. La sangre se derrama abundante, imparable, manchando el lecho, corriendo entre los pliegues de las sábanas hasta el marco del cuadro. El hombre se debate con furia, pero es inútil. Su fin ya está determinado. Los colores, cálidos, apasionados, y la luz teatral, acentúan el dramatismo.
¿Quiénes son los protagonistas de semejante violencia?
La Biblia cuenta la historia de Judith. El rey babilónico Nabucodonosor II encomienda a su general Holofernes para que castigue a aquellos pueblos occidentales que no habían querido unírsele en su lucha contra los medos. Pero el único pueblo que continúa resistiendo es el de los israelitas. A pesar de las advertencias que Holofernes había recibido de que el pueblo israelita iba a ser protegido por Dios, los rodea en Betulia, una ciudad cercana a Jerusalén. El pueblo israelita cree que Dios los abandonó. Pero una joven y virtuosa viuda llamada Judith, que reprocha a su pueblo por no confiar en Dios, se ofrece para salvarlos del asedio de Holofernes. Judith se acerca al campamento, y haciéndose pasar por una espía, atrae al general, quien cautivado por su hermosura, la invita a un banquete que dará esa noche en su tienda de campaña. En el banquete Holofernes se embriaga, y mientras duerme, Judith lo decapita, ayudada por su sirvienta. Con la cabeza de su víctima envuelta y colocada en una cesta, Judith vuelve a su pueblo, quien, libre ya del cruel general, se ve libre del asedio.
El drama de Judith y Holofernes, ampliamente representado en la pintura desde el Renacimiento, pero sobre todo durante el período Barroco (Miguel Ángel, Tintoretto, Caravaggio, Orazio Gentileschi, entre otros), es aquí expuesto en toda su crudeza por la hija del pintor Orazio Gentileschi, Artemisia.
Artemisia Gentileschi pertenecía a una familia de artistas. Había nacido en Roma en el año 1593. Rodeada siempre de pigmentos para pintura, pinceles, caballetes, telas, artistas y obras de arte, muy tempranamente dio muestras de altísimas dotes para el dibujo y la pintura, aprendiendo junto a su padre, a quien al comienzo ayudaba en la preparación de colores y telas. Colaboró en muchos trabajos junto a él, pero poco a poco, y luchando contra la corriente, ya que el arte fue desde siempre un ámbito casi exclusivamente masculino, se fue abriendo paso a fuerza de tesón y de talento. Fue reclamada para realizar sus trabajos en la misma Roma, en Florencia y Nápoles, y en otras ciudades del continente. Pero también Inglaterra fue escenario de sus trabajos, en donde era considerada una eximia retratista.
Pero su talento y su fama como artistas fueron dejados mucho tiempo en un segundo plano. Lo que más se recuerda de ella hoy, es un doloroso episodio de su vida que quedó documentado en las crónicas de la época. Su padre contaba entre sus amigos con Agostino Tassi, un pintor de escenarios y paisajes que se destacaba en su manejo de las perspectivas. Orazio quería que Agostino perfeccionara a su hija en el método, y con esta idea asistía todos los días al taller donde Artemisia trabajaba.
Lo que sigue fue adaptado de la declaración de Artemisia en el proceso de Marzo de 1612.
“Aquel mismo día, yo estaba pintando por placer, y Agostino regresó. Me arrancó de la mano la paleta y los pinceles y los tiró a un lado. ¡“Ya basta de pintura!” Le supliqué a Tuzia que se quedara, que no me dejara sola con él. Pero ella se fue. Le dije que no me sentía bien, que me parecía tener fiebre. Y él me respondió: “¡Yo sí que tengo fiebre, y ardo mucho más que vos!”. Cuando nos acercábamos a la puerta de mi alcoba, la abrió de pronto y me lanzó al interior, corrió el cerrojo y me arrojó sobre la cama. Con la mano en mi pecho me mantuvo tumbada. Puso su rodilla entre mis muslos para impedirme cerrar las piernas. Yo me debatía. Colocó un pañuelo sobre mi boca para impedirme gritar. Comenzó a violarme. Yo gritaba, llamaba a Tuzia, le arañaba el rostro, tiraba de sus cabellos. Nada lo detenía. Cuando al fin me soltó, fui hacia la mesa y tomando un cuchillo corrí hacia él gritando: “¡Voy a matarte. Me has deshonrado!”. Como él paró el golpe, le herí en el pecho. Pero sólo conseguí arañarlo. Sangraba poco. Como yo sollozaba, gritaba y me desesperaba, para calmarme me dijo: “Concededme vuestra mano: juro que voy a desposaros, Artemisia. Juro que voy a desposaros en cuanto haya salido del laberinto donde estoy prisionero”. Y con esa promesa de matrimonio me convenció de que accediera a sus deseos”.[1]
Pero estas promesas, con las que pudo continuar seduciendo a Artemisia, nunca las cumplió.
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Seguidora de Caravaggio, el más importante pintor barroco de Italia, Artemisia sintetizó en sus obras la solidez anatómica del legado de Miguel Ángel y el tenebrismo del primero. A lo largo de su vida muchas veces pintó el mismo tema. Y algunos han querido ver en esa constante la influencia de los terribles sucesos vividos por ella. Caravaggio había pintado la misma escena de la capitación de Holofernes por Judith, así como Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina, y el pintor veneciano Tintoretto. Pero la Judith de Artemisia es mucho más agresiva y dramática. La fuerza del acto, transmitida a través del cruzamiento de las manos y brazos de ambas mujeres (Abra, su sirvienta, que lo sostiene, Judith que lo decapita), el impulso vertical de la espada, los brazos de Holofernes que lucha por soltarse, la sangre que mana de su cuello y mancha el lecho, unidos a los colores cálidos y el potente claroscuro, dan a la obra un intenso patetismo.
Muchos análisis han querido ver en esta obra, y en el hecho de que al menos cinco veces lo hubiera repetido, una especie de venganza por parte de Artemisa Gentileschi, ya que se cree que el rostro de Holofernes sería un retrato de Agostino Tassi. De hecho, para muchas feministas, Artemisia representa el caso de la mujer violada que hace justicia con su violador, en este caso, a través de su arte. Sin embargo, un análisis más profundo de las motivaciones psicológicas [2] concluyen que Artemisia pudo estar tratando de resolver el trauma de su violación durante catorce años, entre 1612 y 1625. Mary D. Garrard, citada por Laurie Schneider Adams dice que:
“No se trata tanto del personaje masculino que padece como del personaje femenino que actúa”.
Y agrega Laurie Schneider Adams:
“Si Judith y Abra, su sirvienta, son una especie de contraste respecto de Artemisia y Tuzia (ya que Tuzia, su amiga, la traicionó, mientras que Abra ayudó a Judith en su acto de justicia), Holofernes puede verse como el equivalente psicológico de Agostino Tassi.” Algunos de los jefes asirios más sanguinarios también se interesaban por la educación, el arte y la literatura. El contenido paradójico entre arte y violencia también se combinaban en el profesor y violador de Artemisia.[3] El abuso de poder de parte tanto de Holofernes como de Tassi son los que la pintora conecta en su obra. Y si bien ella no lo pudo impedir en la realidad, sí pudo resolverlo en sus cuadros.
Otros detalles colaboran en la relación entre la obra y lo vivido por Artemisia: si bien ella no podía gritar mientras su violador abusaba de ella porque había introducido un pedazo de tela en su boca, Holofernes, con la boca abierta, sí puede hacerlo. Y si Agostino apenas había sangrado porque la herida que Artemisia le pudo infligir fue leve, en la obra la sangre que mana del cuello de Holofernes es mucha, y se derrama sobre las sábanas. En la misma versión realizada por Caravaggio la implicación emocional de ambas figuras es muy leve, y tampoco es tan importante la presencia de la sangre.
En su época más gloriosa, durante su estancia en Florencia, Artemisia pintó de manera incansable la injusticia, la traición y la vergüenza. Otras heroínas bíblicas, históricas o mitológicas, nacieron de sus pinceles: además de Judith, que logra la libertad de su pueblo matando al tirano luego de seducirlo, Yael hunde a martillazos un clavo en la sien de su enemigo para garantizar el porvenir de su familia, Lucrecia empuña su daga, y Cleopatra se deja morder por la serpiente antes que ser sometida al vencedor. María Magdalena, Galatea, Esther y Betsabé luchan debatiéndose entre el amor, la muerte y la libertad.[4]
Lo cierto es que, gracias a la mentalidad de la época, la figura de Tassi no se vio casi afectada, a pesar de la difusión dada a su proceso por violación. Siguió recibiendo encargos luego del proceso, y su trabajo continuó sin mayores inconvenientes. Sus antecedentes delictivos conformaban una lista que iba desde la violación, el incesto, la sodomía y tal vez hasta el homicidio.[5] Sin embargo, nada de esto importó demasiado a Orazio Gentileschi, que lo conocía, cuando decidió que fuera maestro de su hija. Y tampoco le impidió reconciliarse con él luego de pasado un tiempo. Sin embargo, es Artemisia quien carga con la fama de “joven lasciva y precoz”.[6]
Tal vez por todas estas razones las feministas tomaron a Artemisia Gentileschi como su mentora a la hora de reclamar sus reivindicaciones de libertad e igualdad de derechos y elección para las mujeres. Algunos refugios para mujeres maltratadas llevan el nombre de Artemisia Gentileschi.
(Fin de la 1ª parte)
[1] “Artemisia.”. Alexandra Lapierre.
[2]“Arte y psicoanálisis”. Laurie Schneider Adams.
[3] Op. cit.
[4] Alexandra Lapierre. Op. cit.
[5] “Nacidos bajo el signo de Saturno. Genio y temperamento de los artistas desde la Antigüedad hasta la Revolución Francesa.” Rudolf y Margot Wittkower.
[6] Op. cit.
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2ª parte: http://blogdefrine.blogspot.com/2006/12/crimen-y-castigo-de-artemisia_23.html
2ª parte: http://blogdefrine.blogspot.com/2006/12/crimen-y-castigo-de-artemisia_23.html
2 comentarios:
ESTA BUENISIMO EL PERFIL PSICOLOGICO QUE SE DESGLOSA A PARTIR DE LAS PINTURAS DE ARTEMISA. eN LO PERSONAL ME ENCANTA LA TECNICA QUE DESARROLLO.
Gracias por tu comentario, Daniela.
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