Autorretrato como "Alegoría de la pintura". (1630). Londres. Kensington Palace.
Artemisia Gentileschi era mujer en un mundo de hombres: su familia, los artistas de su tiempo...Y tenía talento. Una sociedad que asignaba a las mujeres roles muy determinados (ser ama de casa, casarse, tener hijos, estar supeditada al hombre), no aceptaba fácilmente que una mujer fuera pintora. Sin hermanas, casi sin amigas, sin poder salir de su casa, ya que su padre la resguardaba celosamente, su mundo se reducía al taller: preparar los pigmentos, acondicionar las telas, y por supuesto, pintar. Y posar para su padre... Sin una madre que velara por ella (Prudencia había muerto cuando Artemisia tenía aún 12 años), su padre y la pintura eran todo su mundo. Era la ayuda más importante de su padre, ella llevaba adelante la bottega, era su mejor alumna, pero también su modelo.
Sin ser consciente de la ambigüedad de los sentimientos de Orazio Gentileschi, su padre, Artemisia desnudaba su cuerpo para que el pintor pudiera plasmar sus heroínas femeninas: Susana, Maria Magdalena, pero también santas y figuras alegóricas. No estaba permitido que los pintores recurrieran a modelos femeninos para pintar desnudos; debían apelar a sus conocimientos de anatomía femenina, u observar cuerpos de muchachos jóvenes cuya masculinidad no estuviera aún definida. Las prostitutas a veces accedían a posar para los artistas, pero sus tarifas eran demasiado elevadas. Y entonces Artemisia cumplía también ese rol para su padre y maestro. Pero los sentimientos de Orazio eran contradictorios: viudo, aún joven, apasionado, oscilaba entre el orgullo paterno por el talento de su hija, y los celos profesionales por temor a ser superado por ella. Sin embargo, Artemisia no era sólo su hija, su ayudante, su mejor alumna. Era también una mujer.
Y era muy hermosa. La escritora Alexandra Lapierre, en su minuciosa y documentada biografía, la describe así:
“Su formidable cabellera, de un rubio cobrizo, que enrollaba al azar, le caía en bucles por la frente y las sienes. La frescura de su tez, la redondez de sus formas _sus hombros, sus desarrolladas caderas _ parecían un himno a la juventud, una invitación al amor. Aunque la ondulación de sus andares dijera muy a las claras que conocía, por instinto, su poder de seducción, aquello le importaba un pimiento. Nada de afeites, Nada de artificios. Nada de coquetería. Tenía los dedos y el vestido llenos de manchas. Su encanto se resumía en una sola palabra: lo natural.”[1]
Tampoco su padre podía resistir a esos naturales encantos, pero su frustrada seducción la canalizaba a través de agresiones verbales y comentarios soeces. La llamaba “prostituta”, zorra, acusándola de que todos los hombres del barrio y quienes pasaban por el taller, pasaban también por su cama. Transformados en comentarios procaces, estas obsesiones de Orazio llegaban también a sus amigos, algunos de los cuales vieron alimentados sus ya bajos instintos y sus deseos hacia ella. Por si eso no alcanzara, las calumnias de algunos de ellos hicieron crecer aún más el acoso hacia Artemisia. Pero cuando Agostino Tassi la hizo suya, comprobó que ningún hombre la había tocado antes, y quiso calmar su violenta reacción y su llanto con promesas de matrimonio, que nunca cumplió. Cósimo Quorli, furrier del papa Paulo V Borghese, amigo de Agostino y de Orazio, también intentó violarla, más de una vez, y al no conseguirlo, sembró calumnias sobre su supuesta promiscuidad concretando así su venganza.
A este cerco de seducción y maledicencia, se sumaron otros horrores a la ya difícil vida de Artemisia. Cuando su padre presentó la demanda por violación en contra de Agostino Tassi, no lo hizo pensando en la deshonra de su hija, sino en la suya, ya que Artemisia sería entonces una mujer sin valor para la sociedad: no podría casarse, ya que la virginidad era un valor consagrado por el Concilio de Trento y, según éste, una mujer sólo podía pertenecer a un hombre: su esposo. El precio por el stupro violente, la desfloración por la fuerza, obligaba al violador al casamiento, o bien a las galeras, a una pena de cinco a veinte años. Por otra parte, la demanda de Orazio también tenía que ver con el reclamo por el supuesto robo de una pintura, la Judith pintada por Artemisia, que Agostino se había llevado sin pagarle. Pero cuando la denuncia fue presentada, comenzó un camino más doloroso aún para la joven: su vida íntima fue expuesta públicamente, las comadronas enviadas por el tribunal de justicia debieron examinar a Artemisia, en presencia de un escribano, para comprobar la violación. Y ya en el tribunal, fue sometida a tortura, frente a su violador, en una suerte de cateo, para confirmar su declaración. El tormento de la Sibila (hacía referencia a las adivinadoras de la antigüedad “cuyas palabras resultaban siempre justas”), consistía en enrollar alrededor de sus dedos cordeles, y apretarlos dándole vueltas hasta machacar sus falanges. A ella, que con sus manos sostenía sus pinceles, y que gritaba sosteniendo su verdad a pesar del dolor.
Sin embargo, su fuerza y su talento se impusieron finalmente por sobre los terribles sucesos.
Pero el nombre de Artemisia lleva consigo otra carga de sentido, si es cierto que algunos nombres marcan un destino.
"Judith y su sirvienta". Artemisia Gentileschi. (1613-14). Florencia. Palacio Pitti.
En su libro “Las diosas de cada mujer”, Jean Shinoda Bolen[2] realiza una reinterpretación de la teoría de Jung de los tipos psicológicos. Según Jung, los estereotipos culturales pero también los patrones internos o arquetipos, son poderosas fuerzas internas que influyen en lo que las mujeres (y los hombres) hacen y en cómo se sienten. Jung consideraba a los arquetipos como “pautas de comportamiento instintivo comprendidas en un inconsciente colectivo”. Porque es la parte del inconsciente que no es individual sino universal. Según la autora, estos arquetipos pueden ser personificados por las diosas griegas (para el caso de las mujeres):
“...yo veo a cada mujer como una mujer intermedia: impulsada desde dentro por arquetipos de diosas y desde fuera por estereotipos culturales”.[3]
Y si bien ninguna mujer puede verse de manera absoluta como representada por estos arquetipos, esas fuerzas impulsoras “moldean su conducta e influyen en sus emociones”.
La autora clasifica a las diosas griegas en tres grupos: las diosas vírgenes (Artemisa, Atenea y Hestia), las diosas vulnerables (Hera, Deméter y Perséfone) y las diosas alquímicas o transformadoras (Afrodita). Artemisa (o Artemis, llamada Diana por los romanos), es la diosa de la caza y de la luna. La arquera de disparo infalible y quien protegía a la juventud y a todos los seres vivos. Era la virtuosa y la intocable que había pedido a su padre, Zeus, una eterna virginidad y la libertad para vagar a su antojo por todo el universo. Pero Artemisa era también la vengativa y la sanguinaria: muchos que se cruzaron en su camino murieron a causa de sus flechas disparadas con arco de plata. Aspectos que la autora atribuye al arquetipo de esta diosa, cuyo nombre tiene Artemisia, coinciden con facetas de la personalidad de la pintora. Es una mujer “completa en sí misma”, motivada por la necesidad de seguir sus propios valores internos, de hacer lo que tiene sentido para ella, más allá de lo que piensen los demás. Como Artemisia misma decía: “mi corazón descansa libre en mi pecho, no sirvo a nadie, y sólo me pertenezco a mí misma”. La mujer “Artemisa” es capaz de concentrarse de manera consciente para alcanzar sus logros y suele evitar representar los roles que son esperables en una mujer, como ser esposa y madre. Estas características serían consideradas por Freud como “complejo de masculinidad”, y esa necesidad de sobresalir, como una negación de la realidad. La autora, sin embargo, cree que tanto Jung como Freud, limitaban su análisis sobre las posibilidades que las mujeres podían desarrollar, y entonces todas estas “diferencias” respecto de los roles y actitudes de las mujeres serían una anomalía (Freud) o bien excepciones (Jung).
"Cleopatra". (apróx. 1633). Artemisia Gentileschi.
La fuerza de su talento y su amor por la pintura la llevaron a concretar su obra, a hacerse de un nombre, reconocido y valorado por los mecenas de la época, a continuar a pesar de todo para terminar imponiéndose con sus propios valores. Su capacidad para concentrarse en lo que consideraba realmente importante, alejándose de las tareas que, como mujer, deberían haberle interesado. Aún hoy, estudios de Sociología del Arte, revelan cómo, el campo del arte, en especial entre escultores y pintores, es un campo donde predominan los hombres. Y si se mide el éxito obtenido, la diferencia entre hombres y mujeres es todavía mayor[4]. Sin embargo ella logró triunfar. El reconocimiento a su talento la llevó a realizar muchas obras para importantes mecenas, no sólo en Roma, sino también en Florencia, Génova, Venecia, Mantua, Inglaterra y Nápoles. Sus cuadros se exponen hoy en los más importantes museos, palacios y galerías del mundo.
Pero también hay en Artemisia la pintora elementos de las diosas vulnerables: como Hera (la Juno de los romanos, la diosa del matrimonio, la esposa), ansiaba casarse, tal vez para obtener la protección social que no le brindaban ni su padre ni su entorno. Como Deméter (Ceres) tuvo hijos, y como Perséfone (Proserpina), que fue raptada y violada por Hades, el dios de los infiernos, Artemisia sufrió también la violación, y fue seducida con falsas promesas. Fue además vulnerable a las maledicencias de oscuros personajes, al sufrimiento físico, a la traición de aquellos en quienes había confiado. Pero hay también en ella algo de Afrodita (Venus), la diosa alquímica, la más bella e irresistible de todas las diosas. Como ella, Artemisia irradiaba sensualidad y erotismo, y era creadora de belleza.
¿Fueron tal vez esa belleza y sus encantos femeninos la causa de sus desgracias? Tal vez su crimen fue nacer mujer en un mundo reservado a los hombres, por atreverse a ser algo diferente a lo que se esperaba de ella. Violada, seducida, torturada, traicionada por sus amigos, su castigo, es ser recordada más como protagonista de un hecho ominoso y vergonzante, que por haber destacado como la más talentosa pintora barroca del siglo XVII.
Buenos Aires, 2005
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Bibliografía consultada:
· Artemisia. Una mujer a la conquista de la gloria y la libertad”. Alexandra Lapierre. Planeta.
· “Arte y psicoanálisis”. Laurie Schneider Adams. Ensayos Arte Cátedra.
· “Nacidos bajo el signo de Saturno”. Rudolf y Margot Wittkower. Arte Cátedra.
· “Las diosas de cada mujer”. Jean Shinoda Bolen. Kairós.
· Artemisia Gentileschi”. Tiziana Agnati. Art Dossier. Giunti.
· “Sociología del arte”. Natalie Heinich. Ediciones Nueva Visión.
[1]Alexandra Lapierre. Op. cit.
[2] Jean Shinoda Bolen: doctora en Medicina, analista junguiana y profesora de psiquiatría en la Universidad de California.
[3] “Las diosas de cada mujer”. Jean Shinoda Bolen.
[4]“Sociología del arte”. Natalie Heinich
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1ª parte: http://blogdefrine.blogspot.com/2006/12/crimen-y-castigo-de-artemisia.html
2 comentarios:
Siempre me han entusiasmado las personas que no se dan donaires de superioridad intelectual, sino que pretenden obtener las ventajas que nos da la cultura en general; no en vano escogiste el seudónimo de Friné, mujer que entre sus varios talentos, también puso su fortuna para la salvación de Atenas. Tus inquietudes necesariamente te llevarán al éxito personal, Saludos.
PD. Te reitero que no soy misógino; claro que en su momento puedo herir susceptibilidades, pero soy admirador de la aristocracia saber y del conocimiento per se.
Muchas gracias por tu comentario, Anónimo, y por leer mi nota.
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